Los Gustos Literarios
Hace un par de años, durante el Monográfico de Cervantes, esa sinceridad patológica que todavía no he logrado controlar, me llevó a decir que —aunque reconocía todos sus méritos literarios y consideraba que era importante, al menos, conocerlo—, a mí Cervantes no me gustaba.
Hubo, por aquel entonces, quien puso el grito en el cielo y, entre varias otras lindezas, cuestionó que estuviese intelectualmente capacitada para sacar adelante aquella carrera.
Recuerdo que, en aquel momento, me sentí avergonzada, un bicho raro entre toda aquella gente que parecía disfrutar sobremanera diseccionando, hasta no dejar más que el esqueleto, las obras clave de la literatura hispánica.
Ahora, tanto tiempo después, he llegado a la conclusión de que tenían razón. Tal vez la filología (al menos la parte de análisis literario) no sea lo mío. He comenzado a planteármelo esta mañana, en el gimnasio, cuando el tiempo se me fue resbalando entre las páginas de un libro sin que ni siquiera me diera cuenta. Lo he ido meditando esta tarde, cuando caminaba por las calles mojadas, con el paraguas en una mano y ese mismo libro en la otra. Lo he confirmado hace un rato, cuando, tras varios meses de apatía absoluta —apatía que ni los grandes nombres de la literatura universal ni aquellos libros que solían animarme en otras épocas de decepción literaria habían conseguido paliar—, he pasado la última página con una sonrisa y he recordado por qué mi sueldo se ha quedado, tantas veces, en la Casa del libro.
Lo he recordado y me he dicho: «sí, parece que soy una inculta». Parece que lo soy, porque no ha sido Shakespeare, ni Cervantes, ni siquiera Bécquer quien me lo ha recordado. Ha sido una novelita corta, una de esas historias de literatura romántica/juvenil que suelen pasar, sin pena ni gloria, por los estantes de las librerías.
Y me ha dado completamente igual si su estructura era lineal, caleidoscópica o en espiral. Me ha dado exactamente lo mismo si había algún tipo de simbología oculta, o si la psicología de los personajes denotaba una esquizofrenia latente.
Soy una inculta porque cuando elijo un libro, ni los reconocimientos ni los premios de su autor tienen para mí relevancia alguna.
Soy una inculta porque he leído, leo y, probablemente, leeré siempre, por el simple placer de hacerlo.
Fani
Fani me encanta tu reflexión y estoy totalmente deacuerdo, ya somos dos las "incultas" porque nunca he sido capaz de leerme "El Quijote", pero hay libros, de esos que dices, esas novelitas, que me han hecho tremendamente feliz mientras las leía.
ResponderEliminarMuchasssss Gracias por tu colaboración preciosa ;)
De nada, guapa :D
EliminarYo soy de la idea de que es bueno leer a los clásicos, conocerlos y tal... Pero a la hora de "disfrutar" realmente de una novela, los reconocimientos, premios y demás no cuentan. Son las vivencias personales, lo que te apatece en cada momento lo que condiciona el que una determinada historia te marque y se convierta en inolvidable.
Cuando estaba en el instituto, un profesor me dijo que todos tenemos un libro que por una u otra razón nos marca de tal manera que lo hacemos nuestro y que, seguramente, si lo leemos años más tarde, en nuestra mente lo habremos cambiado tanto para adaptarlo a nosotros mismos que ni lo reconoceremos... A día de hoy, creo que es uno de los profes más sabios que he tenido :D
La cultura es un ente abstracto, están los que se denominan cultos, por lo que todo lo que cuente con su aprobación tiene este sello, luego estamos los lectores que leemos y disfrutamos con lo que nos da la gana.
ResponderEliminarTotalmente deacuerdo contigo Marta, gracias por tu aportación. ;)
Eliminar¡Excelente entrada!, y al igual que tú, leo por el placer de hacerlo.
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